El café estaba encima de la mesa y las magdalenas
reposaban a su lado. Se habían olvidado de sentarse a desayunar. Habían
preferido empezar el día bailando juntos por todos los rincones de la casa,
saltando en la cama y revolviéndose entre las sábanas con ataques de
cosquillas.
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Desde el momento en el que él cruzó su mirada con
los ojos azules de ella, y ella se perdió en la sonrisa torcida de él, se
prometieron a sí mismos que pasarían el resto de sus días juntos.
Decidieron dejar de lado los días grises, los
horarios, la rutina, los malos despertares. Se prometieron mil besos y
caricias, desayunos en la cama y paseos por la playa. Compraron billetes de
ida, pero no de vuelta. Llenaron las maletas de recuerdos y dejaron las
lágrimas para otros.
Se perdieron por las calles de París buscando a la
dulce Amélie. Tiraron decenas de monedas a las aguas de la Fontana di Trevi
para que otros pudieran pedir deseos por ellos. Subieron al Empire State
Building y proclamaron su amor a los cuatro vientos.
Porque la vida no estaba hecha para dejarla pasar y
vivir por inercia. La vida estaba hecha para vivirla y ellos habían nacido para
hacerlo juntos y que todo el mundo se enterara.
Le habían plantado cara al tiempo y le dedicaron un
corte de mangas a la tristeza. Porque eran así, vivían, amaban e improvisaban,
y no importaba que el café se enfriara.
¡Laura! Acabo de leer tu mensaje y me encanta que estés de vuelta en este mundillo.
ResponderEliminarPor supuesto que nos leemos, miles de besos y mucha suerte en todo :)
(Y que grande eres, por cierto, con la sensación de la piel de gallina y los pelos de punta).
ResponderEliminarQué bonita eres, Alicia. Mil gracias por tus palabras :)
EliminarQué bonito!! Me ha gustado encontrarte, sigue escribiendo tan tan bien.
ResponderEliminarUn besazo, chica de las manzanas.
La chica de los jueves.
¡Muchas gracias, guapa! Un beso :)
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